27 febrero, 2008

Las cuevas de Lankin

Localizadas en el municipio de Lankin y al cual deben su nombre, las cuevas de Lankin constituyen un conjunto de cavernas que permiten contemplar las entrañas de la tierra.
Previo al ingreso de las mismas, se observa el nacimiento del río que también lleva el nombre del municipio, con un característico tono turquesa, muy pronunciado por cierto, al extremo que cualquiera pensaría que le mezclan colorante.
Desde la entrada a las cuevas, se percibe el cambio de temperatura y la falta de aire, que se van haciendo más pronunciados conforme se avanza, de lo cual dan indicio la fatiga y el sudor.
Un tramo de 500 metros completamente iluminado, que constituye el recorrido autorizado al turismo, permite apreciar innumerables estalagmitas y estalactitas de todas formas. Igualmente, es suficiente para dimensionar el tamaño de este lugar que por momentos se torna en un laberinto natural, tenebroso y peligroso, obligando a aferrarse a cuerdas y pasamanos para no resbalar.
Son cavernas con cielos de hasta 10 metros y profundidades en las que se pierde la vista, desde donde emergen hacia el exterior, los murciélagos a partir de las 6 de la tarde.
Adentro prevalece mucha humedad y a medida que se avanza, el suelo se torna tan pegajoso que obliga a caminar con esfuerzo, para despegar la suela de los zapatos.
Por ratos y a lo lejos, se escucha el eco de las aguas del río subterráneo que atraviesan el lugar.
Según tengo entendido, al igual que las cuevas del Rey Marcos, nadie conoce el final de las cuevas de Lankin. Lo más lejos que se ha llegado es 4 kilómetros adentro, lo cual requiere mucha cuerda para no perderse y tanques de oxigeno.
Pero más allá de su belleza visual, las cuevas encierran la deidad de los pueblos mayas, cuya cultura las considera un lugar sagrado.

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