12 noviembre, 2007

Visita a San Simón en San Andrés Itzapa, Chimaltenango

El domingo transcurría con cierta normalidad y las horas del reloj indicaban que le quedaban pocas horas de vida. Ya eran las 8 de la noche cuando recibí la llamada de un amigo. El sonido estridente de los cohetes, la música de los mariachis y la voz de alguien que animaba una fiesta a través del micrófono impedía que escuchara con claridad el objeto de su llamada. Por fin logré escucharle. Estoy en San Andrés Itzapa me dijo.. Hoy es 28 de octubre, día de San Simón, ¿té venís?, me preguntó.
Para ser franco, el interés que me habían despertado varios comentarios sobre el enigmático San Simón de Chimaltenango, acompañado de que era la fiesta en su honor, pudo más que la prudencia de quedarme en casa a esas horas de la noche. Así pues, antes de una hora ya estaba en el parque central de San Andrés Itzapa generando una imagen de lo que minutos antes había escuchado por teléfono.
Debo confesar que en esos momentos reconsideraba la idea de estar lejos de casa a altas hora de la noche, pero ni modo, ya estaba allí. La presencia de mi amigo y sus padres, oriundos de esa región, me dio la confianza necesaria para ir a ver a San Simón,  que para mi sorpresa, no era venerado en una casa al igual que el de Santiago o Zunil, sino en un templo cuyo tamaño reflejaba un fervor de categoría mayor.
Aquella imagen de las calles se repetía nuevamente (mariachis, licor y tabaco), solo que esta vez en el interior de un templo con paredes tapizadas de gratitudes y donde los devotos desfilaban frente al altar de un San Simón con traje negro, semblante joven y mirada seria.
Botella en mano, paralelo a sus peticiones, todos se bañaban en licor y daban grandes sorbos como parte del ritual. Otros iban más allá y pedían la ayuda de un guía espiritual que cual chicote, usaba un ramo de chilca para golpear su cuerpo y luego escupirles encima licor.
Era una imagen con niveles de devoción que asombran (y asustan) para los que no tenemos la costumbre y que me hizo pensar ya había visto suficiente (no fotos pensé). Fue así como fui abandonando el lugar, pasando por el atrio convertido en pista de baile y donde se celebraban varias fogatas donde se hacían peticiones.

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