06 mayo, 2010

Huehuetenango

Atrás va quedando el bullicio y ajetreo de “cuatro caminos” (entronque entre las carreteras que conducen hacia Quetzaltenango, Totonicapán, Huehuetanango y Guatemala), para poco a poco irme internando entre las montañas y barrancos que un día fueron el hogar de la antigua población indígena que se conoció como Chinabajul (entre barrancos).
Es el camino que conduce hacia Huehuetenango, a 266 kilómetros de la ciudad capital y con una extensión de 7,403 km2 que lo convierte en uno de los más grandes del país. Es una grandeza geográfica que se extiende a toda la riqueza de su gente, la cultura y el legado arqueológico del señorio Mam, a través de las ruinas de Zaculeu.
Es una tierra que derrocha hermosos paisajes que se ven aumentados cuando se observan desde las partes altas de su cadena montañosa conocida como los cuchumatanes, y también desde sus majestuosos volcanes de impresionante belleza. Con esas vistas, ¿Cómo no iba a inspirarse el reconocido poeta huehueteco Juan Dieguez Olaverri?
Antes de llegar a la cabecera, se observan repetidas imagenes con casas de adobe que se pierden entre inmenos campos dedicados al pastoreo de ovejas y cultivo de hortalizas. Del interior de las viviendas emerge el humo del fuego a base de leña, donde se cocinan las tortillas, el café y los frijoles. A la orilla de la carretera los niños reposan con sus trajes típicos, junto a ovejas que proveen de lana para la elaboración de ponchos y la indumentaria propia de una región donde el clima se torna caprichosamente frío, con temperaturas bajo cero.
La aparición de comercios, cada vez con más frecuencia, anuncia el arribo a la cabecera departamental, donde destaca la Plaza Central rodeada del edificio del Ayuntamiento, la Iglesia de la Inmaculada Concepción construida en 1879, y otras importantes edificaciones.
A diferencia de la mayoría de poblados en Guatemala, llama la atención que la iglesia local no es plenamente parte del parque central.

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